8.07.2012

Dame bocaditos chinos, por favor

El poder de las imágenes se demuestra en cómo permanecen en nuestros subconscientes como mareas, especies de gifs listos para un momento no necesariamente especial. O sí. Maneje su máquina del tiempo: cuando las imágenes aparecían en funciones callejeras en la edad medieval, con riesgo de ver a monjes de la Santa Inquisición, la policía de la época vigilantes y cachondos. Brujas quemadas vivas: una imagen que los padres intentaban ocultarles a sus más pequeños hijos y aventársela a los mayores como escarnio y ejemplo de que no se les ocurra enamorarse de alguna brujita adolescente con pechos turgentes, señal de salvajismo sexual. O imágenes que los bufones desarrollaban con la innata gracia de sus guiones inventados en noches de hambre. Bufón hambriento, bufón exitoso. Hamlet sostendría su cráneo en una tarde primaveral y melancólica. El  cráneo deYorick. Ese cráneo tenía una lengua en ella y podía cantar una vez...  
Imágenes por el lado de los ventanales, de la experiencia voyeur en los pasadizos de los Castillos, o en los graneros donde se ocultaban los amantes, luego de  largas jornadas que llenarían las mesas de María Antoniette, de pastelitos para sus perros con lacitos y tiaras plateadas. O imágenes que traían los primeros libros en grabados cultos, o las incipientes caricaturas en panfletos que pasaban de mano en mano en las primeras huelgas industriales, siglos después de las primeras imágenes marcadas en cuevas heladas, al lado de la vida que se les escapaba a sus testigos en aventuras sangrientas para sobrevivir. O  el sueño. el primer surrealismo fue cavernícola y alguien lo dejó punteado en una gran roca.

Te persiguen las imágenes o viceversa, como en un random de paseo cotidiano, en el subway, en el escritorio, en el paradero, en un cambio de semáforo, en una conversación cualquiera. De pronto estás viendo la cara de ese amigo que no veías hace tiempo en esa barra de bar y no, no es él. Alguien se le parece con ese tic nervioso en las comisuras de los labios. Vamos, un pisco sour, que tenga al limón vistoso como debe ser.  
La palabra es una imagen y qué importa si una imagen vale mil palabras, porque una palabra puede valer muchas imágenes. Una palabra funciona como un disparador. Una palabra puede ser peligrosa en un contexto, como cuando estás en el baño, simplemente cagando y escuchas que te dicen:  el gato se fue sin despedirse, diantres.  La palabra es el recuerdo: diantres, fue lo que oíste por primera vez cuando te dieron tu primer juguete. Diantres. A tu papá le costó horas extras de trabajo y una gripe monumental. 

A mí me persigue una imagen desde hace años: Deckard/Harrison Ford llevándose a la boca, con palitos, muy bien asidos, comida china. Con esa imagen, todo un recorrido blue vasto, futurista, con geisha en pantalla gigante, con juguetería hablante en un departamento de intermitente claridad, y en esa entremezcla, Rachael y su mirada perdida. El corolario que acompaña a ese gesto [la imagen] de Deckard viene implícito. La imagen trayendo cola, la imagen sosteniendo esa atracción por lugares exóticos, con luces de neón y abigarramiento. La comida china, un referente que no te vas a quitar ni con mil programas de Anthony Bourdain. 
La boca de Harrison Ford se convirtió en comida china. ¿Al fin todo se reduce a la paja?.  Si no fuera porque Blade Runner es más que Deckard y su imaginario, diría que sí. Una imagen puede trastornarte, una ejecución filmada en vivo, como las de Irak. Una documentación brutal en directo,  no siempre una paja.

No sabemos qué pasará con esa imagen que nos persigue cuando la memoria sea tan frágil que apenas recordemos nuestras obsesiones. ¿Será tan fuerte que nos acompañará hasta el final o no?. ¿Eso importará?.
Quién sabe.
 En el futuro, la guerra de las imágenes acabará convirtiéndose en la guerra misma, decía Chris Marker. A punto de terminar este post, pienso que lo cinematográfico es un buen recurso para sujetar la belleza, esa que suele desvanecerse como si nada.  Lo estético trae lo ético, también.

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