7.30.2011

¿Amorales?


Breaking Bad la serie televisiva, el psiquiatra Eduardo Chirinos que asesinó a su paciente, una muchacha de 18 años, la muerte de un inocente acusado de violar y matar a la hija de su empleador. Esos tres puntales me hicieron pensar en lo que llaman el Bien y el Mal. Y el correlato de las fiestas patrias, la épica post-colonial,  las guerras de fonteras, y el Narcotráfico. Globalizados y en choque.

Las categorías rebasadas: El mundo es una porquería, ya lo sé. El viejo Tango y algo más antiguo: el crimen. A estas alturas las apreciaciones se mezclan: si te gusta el gore tienes inclinaciones perversas, si te drogas, eres un cualquiera, si eres fan de Thomas de Quincey, seguramente eres un criminal oculto y etcétera.

El ser humano en su naturaleza es curioso. El arte concreta una imaginación sin límites. No hay autocensura. Aunque la calidad no depende precisamente del morbo ni la oscuridad, sino de cómo abordar ese multiespectro. Escribir, filmar, pintar, componer una canción. La saga de Jason y su máscara, el cine noir, el final no feliz. El crimen, anula. El verdadero crimen, es fascista.
Los microfascismos van tomando la posta del individuo imbuído de ismos en su cotidianidad. El crimen se convierte en un clímax de su comportamiento.

Un hombre conocido como decente se devela como homicida. El estupor crece y corrobora algo inquietante: los ciudadanos más destacados no son necesariamente buenos.  Un simpático criminal se cruza por tu camino y ni te das cuenta. Nadie se da cuenta, es como ese lacónico dueño y adminstrador de Los pollos hermanos en Breaking Bad. Un profesor desesperado como Walter White se convierte en un procesador de metaanfetamina y más tarde en un asesino. Víctor, el ayudante de White, que lee y se aprende uno de los poemas más bellos de Whitman - como en la vida real- morirá en manos de un muchacho que al dispararle, llora. La putamadre.

Más allá de las neurosis, existimos como esquizos, donde somos capaces de estar en movimiento sin espantarnos por lo que somos, porque nos confrontamos, nos volcamos en la vida misma, dejando a la culpa como un cáncer que se va. Esa también es una épica y una nueva música.  Somos esquizos, virales y vastos. Las tecnologías que son usadas para las guerras, tienen su contraparte: no todo es esperpéntico. Ni estamos irresolublemente condenados. Literariamente, citando unos ejemplo: Maurice Blanchot, Emile Cioran y Samuel Beckett atentan contra la idea del gran optimismo. Antes, Kafka, irrumpe con su narrativa densa y de humor que se reconoce en una atenta lectura.  Escritores que remueven la tradición literaria, desnudando a la naturaleza humana.  O el despiadado Cantos de Maldoror, de Lautréamont, el epígono más cruel de todos los tiempos, que los surrealistas en su momento, saludaran con radical respeto.  Sí, aquella literatura sin límites. Imaginación sin topes.
¿Cómo cristalizar sueños en un mundo moralista?. Suena extraño llamar moralista al mundo que según muchos está lleno de desenfreno. El moralismo copa todos los estamentos de la vida. A dónde vayamos, nos regula. El mundo normado. Y sus voces representativas abogan por las normas como algo incuestionable, intocable, consagrado. La decencia es lo que se ve: un psiquiatra con prestigio y títulos, un Consejero de Estado con su esquema geopolítico de dominación, un hombre de imagen íntegra, un señor.
A contracorriente en las redes sociales, en las calles, las normas se diluyen, se reestructuran en sus expresiones. Mucho movimiento.
El moralismo pierde terreno en los grandes espacios en plena ebullición. La vida se reinventa en el movimiento, en las conversaciones y la acción se alimenta de todos estos escenarios donde lo oficializado se debate, se parodia y se cambia por otras tónicas. Hoy, la politik se manifiesta con más fuerza en todos los espacios públicos. Lo privado está en las mentes. Ya no es lo hermético, lo sellado, lo escondido. Actualmente todo está a la vista. 

¿El horror desaparecería si el mundo fuera distinto? 

Es posible alegar que sí, con una mirada ingenua. La llegada del paraíso. Imaginar un mundo en el que todos se hayan desarrollado tan elevadamente que no existieran el odio ni la venganza. 
Imaginar un mundo feliz. Demonios, el dolor no desaparece. Los sentimientos no son cosas que se reciclan como un juguete de plástico. El mayor triunfo sería la desaparición de las guerras.
¿Ustedes qué piensan?.