5.25.2012

Cabinas telefónicas

Solemos ver en Tumblr, cabinas telefónicas abandonadas al lado del camino, en bosques, o cabinas iluminadas por la luz del poste cuando se presume que la gente duerme. O cabinas llenas de agua con peces que flotan. Cabinas que se convierten en algo distinto a lo que suelen ser. 
¿Alguna vez moqueaste en una cabina como en aquellas escenas de cine donde los chicos gimen al terminar una relación y putean bajito? O ver el pase  del crimen, una puñalada cuando la que habla voltea, sonríe con miedo y zas, la mata su marido celoso. Recuerdo de Inspector Morse, una serie televisiva inglesa. O las cabinas que se veían en The Twilight Zone, en blanco y negro, en una calle fantasmática, un fin del mundo montado en un experimento. Las cabinas telefónicas siempre serán lugares de nadie y de todos. Nadie podría establecer allí su hogar temporal como Tom Hanks lo hace en un película, durmiendo en sillas de aeropuerto. Las cabinas telefónicas se parecen a partes de una utilería cinematográfica, a monumentos que cobran vida cuando entras a ellos, como si estuvieras en un reality misterioso. Bah, no siempre. Son esos sitios que no pueden desaparecer porque no todos tenemos demasiado crédito en nuestros móviles. O porque los accidentes se cruzan con la carga de una batería, y no te queda otra alternativa que entrar a una cabina y quizás oler los fluídos de alguien desesperado que habló allí antes que tú. Aún se siente al fono húmedo. Buscas la moneda, como  si fuera el boleto perdido de la felicidad. La vieja ilusión de siempre, colándose en un segundo. Praf.

5.24.2012

Capuchino

Atravesar el parque de los gatos, escuchar una pequeña pelea entre los árboles. Tres felinos pardos y la garúa que cae y moja la banca. Rumor en Miraflores, de la gente, de los autos, de tu propio cuerpo que choca con la ciudad mientras cruzas la pista y la estación lluviosa se declara suavemente. Trac trac, el paso de los oficinistas cansados, en un miércoles, alargados con sus portafolios y los televisores tras las vitrinas, con la cara del envejecido protagonista de La Naranja Mecánica. CSI Miami  y noticias de la minería. Ultraviolencia y besos, dale al café, abriendo el libro. El rápido trámite del capuchino sobre una mesa redonda en una escenografía de vodevil futurista. Ángeles y motocicletas en posters, barras de mármol y fierro forjado. Ligero jazz después de Beach House. Pídete una banda latina, el pase de la delicia, la tregua. Un capuchino vs la sensación de caída libre. No le vas a contar a nadie qué pasa. La garantía es esa espuma marrón tenue con canela molida en una taza frente a tu rostro que se entrega al instante como si de eso dependiera tu destino. Fiesta silenciosa. El capuchino contra los zombies, por ejemplo, dices. Un pretexto para hablar del Apocalipsis sin Marlon Brando, sin napalm. Sin fantasmagoría. 
Cuando se aproxima la chica que paga sus estudios, sirviendo café en esa especie de lugar warholiano,  te das cuenta que a ella le gusta trabajar allí y te alegras. Tararará, estás en un puzzle vivo, que se configura entre mesas, pasteles, aperitivos, piqueos hasta el Capuchino. Pequeño burgués y favorito. Mira el humo.

5.21.2012

Un maniquí en tu cama

La obsesión de tu vida es un maniquí rojo cono los demonios de las leyendas. Un maniquí con cuernos y piernas hermosas, de vientre liso y tetas erguidas. Estás pirado como Woody Allen en una de sus películas de obsesivos, con diálogos alucinantes. Y te pareces a un perro en celo, olisqueando las sábanas sucias de tu cama frente al espejo con marco plateado, al lado de un periódico mural con noticias de secuestros, fábricas abandonadas, eunucos árabes. 
El maniquí está en tu cama, brillante como la sangre que se ve en el episodio reciente de tu serie favorita, lleva  botas negras con adornos de flores metálicas. El beso del maniquí no llega. La erección se apunta una paja en la truza de encaje, palpando una vagina de fantasía, seda pura en el plástico, viaje al centro de la carne en un toque largo sin soundtrack ni gemidos. Cuando tu esperma cae sobre el maniquí, en el departamento del lado, muchachos gritan. Esa simultaneidad te enloquece. Necesitas un trago fuerte y no hay cerveza ni ron. Al menos el cabello del maniquí es verdadero, como un tributo indio, del desierto, western porno, suavidad orgánica. Un beso. Testículos calientes.

Te quiero ver desnudo

Sin mugre, muy limpio y fragante como un niño de teta. Te quiero ver desnudo como un comic de Moebius, grácil y a distancia. Una intervención humana que paralice un parking, una feria, una sala de arte. Te quiero ver desnudo y procaz, un momento. Que me digas alguna palabra inventada, un guión improvisado de cine erótico. Una promesa de felicidad en mayo, antes de las heladas del invierno y la soledad pícara de unos arlequines de circo. Te quiero ver desnudo en una sesión de psicoanálisis, en un diván rojo, frente a una ventana abierta al mediodía, mientras la ciudad explota en los noticieros y los freelancers puntean sus laptops y respiran hondo. Te quiero ver desnudo y desamparado. Completamente desamparado como un niño mudo.

No soy una pizza

Ni tampoco una máquina de coser de última generación. ¿Ustedes aman la rapidez? ¿Sin excepciones, sin mediaciones, la velocidad por la velocidad?. ¿Aborrecen las películas con escenas lentas?. Drive, la película encaja en ese proceso que se estrella contra la rapidez y se detiene en los gestos, en unos ojos, en una cara. Drive es para los que a veces perdemos el tiempo un día cualquiera, errando, simplemente errando. Y no nos aburrimos sin celular ni laptop. La lentitud de las horas, caminando por un bosque en medio de la ciudad. El cine es una parada natural. Allí todos comulgamos sin conocernos, somos animales quietos y soñadores. Soñamos en directo la película. Si es lenta, no nos molesta. Nos fastidia el encuadre fallido, el efectismo. La lentitud no es una opción, es un hecho, lo que sucede, lo que después será correr en una calle, un pase de vida sin pausas. Un cartel al paso, un cuento, una noche de bar, otro episodio.

5.14.2012

¿Quién te odia?

Odio, una palabra fuerte como un navajazo en la nuca.

Cabeza fea

Una cabeza voladora pasa por tus sueños. Tu propia cabeza, un sonido tugural. Tu cabeza es un ojo, un pedazo de carne viva, una imagen perdida en la ciudad colonizada en la que todos copulan como si mañana fueran a morir. Cuando abres los ojos, escuchas la voz de la narradora de noticias, el agua que sale del caño en el departamento del lado, el viento ligero que entra por las rendijas de la ventana. Nada es importante o todo es importante. El espejo se empaña con el pavor que la ducha deja en el baño. Suena el teléfono. Otro día más.

5.09.2012

El parque de los gatos

En el Parque Kennedy hay gatos en cada esquina, al lado de las bancas de cemento, entre los stands de sandwichs, al pie de los árboles. Han tomado como zona abierta al parque, descansando y mirando el horizonte. Parecen unos salvajes tranquilos que te dicen algo inquietante sin mirarte de frente. Pasas, te detienes en la rotonda y miras los aretes de plata más bonitos que hayas visto en tu vida y otras cosas como cuadros con arena que cae como en Stalker o como las dunas desdibujadas de África en una viñeta. Los gatos son parte del paisaje, a unos metros, distantes, pardos, negros, blancos, sin  señales de identidad  etiquetada en un código. Ninguno llora. O ¿cuándo lloran?. ¿Cómo los atrajeron hacia el parque?. Ahora son sus habitantes, los que duermen y amanecen allí como si se aprestaran a decirte: el parque es sobretodo, nuestro. Sin aspavientos, como si esa realidad fuera parte del encanto, una pequeña euforia que se ha convertido en gatos.

5.03.2012

La pistola maldita que Julia Roberts usó

Hay películas que no tendrán oscars, menciones honoríficas o reseñas formidables. Apenas suscitarán carcajadas en tiempos de ayuno. Historias enrevesadas, con actores famosos, asesinatos en la carretera, mexicanos persignándose cuando muere un ganster, gringos despistados y suertudos. Romanticismo volátil. Besos breves, disparos en habitaciones de hostales al paso en desiertos y far west  con soundtrack de silbidos melancólicos. 
Una pistola maldita como quid de toda esa barahúnda con su leyenda de amor trágico. Qué locura, muchachos enamorados de utilería. Si te fijas en la pistola, ves su armazón bella. Un objeto de arte. 
Miras la película comenzada, te ríes, te sigues moviendo en la habitación. La noche anterior has visto una superproducción, The Avengers  con un Hulk grandioso que ahora se desvanece entre vasos vacíos, zapatos y libros. Las escenografías cambiantes y el run run de mayo. La ligereza de una película con un Soprano que no es Soprano, con su hawaiana y sus tics de matón respirando hondo en medio de la euforia.

Una pistola maldita y el blanco y negro atravesando la película a color sin pizca de tristeza. Tal vez ese es el western tan imperfecto y necesario, chicos. Yeé. La levedad, lo que no importa, lo que sí importa unos minutos. Los bonitos paréntesis.

5.02.2012

Pre-cinema

Esta ansiedad se parece a lo que se siente cuando no has comido helados, varios días. No hay galletas ni vino para atenuar la sensación que de pronto se vuelve una especie de imaginismo loco. Hey, estamos alucinados, Hulk ante la lluvia que cae en la habitación. Es una lluvia pausada de sombras que descienden del techo. Bah, sacúdete ese peso. Pasa una polilla. Silencio, no hay noticieros. Youtube pasa Hotel Room, la visión de una cama, conversaciones, un anciano, una mujer, un hombre. Están perdidos, gritan en una escena que no tiene ninguna relación con los superhéroes. Los cansados superhéroes. Estamos en el involuntario prólogo de la película. No hay ni una pastilla de menta. Has de acabar este post, este tránsito, cortar al prólogo. Irte. Una pequeña sonrisa aparece en tu cara y se difumina el momento. ¿Quién lee al otro lado?. ¿Quién toca con sus ojos al texto?. Desconoces a tus visitantes. Quisieras darles canciones antes de irte, linkear a Mazzy Star manejando un Cheevy Malibú en una autopista mojada, en una atmósfera de ciudad suspendida en el tiempo. Como todo lo que la pantalla contiene en un aliento breve. Fogonazos.

Veronique

Veronique cruza los brazos en el balcón,  mira hacia el hombre que la espera. La calle vacía. Acaba de dispararle al Primer Ministro Ruso. Le Chinoise en acción. Veronique tiene 19 años y no es una muchacha malvada. Tiene los ojos acaramelados en un rostro infantil. Su voz arroja palabras francesas pensadas. Siempre piensa.  
Veronique ahora sería vieja. Veronique o la actriz. No indago su verdadero nombre. Veronique sería un punto aparte de un capítulo histórico. La imposibilidad de una segunda parte fílmica. Sus pecas se perdieron en el celuloide. Le Chinoise.