5.09.2012

El parque de los gatos

En el Parque Kennedy hay gatos en cada esquina, al lado de las bancas de cemento, entre los stands de sandwichs, al pie de los árboles. Han tomado como zona abierta al parque, descansando y mirando el horizonte. Parecen unos salvajes tranquilos que te dicen algo inquietante sin mirarte de frente. Pasas, te detienes en la rotonda y miras los aretes de plata más bonitos que hayas visto en tu vida y otras cosas como cuadros con arena que cae como en Stalker o como las dunas desdibujadas de África en una viñeta. Los gatos son parte del paisaje, a unos metros, distantes, pardos, negros, blancos, sin  señales de identidad  etiquetada en un código. Ninguno llora. O ¿cuándo lloran?. ¿Cómo los atrajeron hacia el parque?. Ahora son sus habitantes, los que duermen y amanecen allí como si se aprestaran a decirte: el parque es sobretodo, nuestro. Sin aspavientos, como si esa realidad fuera parte del encanto, una pequeña euforia que se ha convertido en gatos.

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