7.05.2013

A veces la emoción es un vestido plateado

Un vestido colgado en una franja de acero, lejos de la escotilla. Unos minutos de absoluto silencio y después techno japonés sin pausas.
 Escribo en un submarino, juntando restos virales que clasifico según  las coordenadas indicadas en mi notebook. Miro de reojo el vestido, mientras me pregunto si acaso me desbordé escribiendo sobre Kathy Archer, recordando su cabeza rapada, una reunión de estrógenos en la  atmósfera de aquel sueño. El vestido plateado se mueve en una sacudida del submarino. Pienso en Moby Dick y en el muchacho argentino que escribió Cuerpos del verano. Afuera pasa un tiburón y hay fósiles al lado de una gigantesca concha.  Vamos desordenadamente en este viaje, mi cuerpo y el vestido que flamea recibiendo de costado una ventisca del aire acondicionado. El teléfono suena de pronto y no contesto. A esta hora suelen llamar los recolectores de estudios psicoanalíticos. A veces es divertido responder sus interrogatorios llenos de preguntas sobre la imaginación y el sexo. Las estadísticas  hablan de suicidas, según leí en una revista aplicada a los tests de naturaleza psicosocial y hay cientos de empleados entrenados especialmente en preguntar a pilotos que viajan en altamar más de cien días continuados ininterrumpidamente.
Me muevo lentamente después de anotar observaciones sobre las condiciones climáticas, de borrar attachments que han perdido validez después de  extensas exploraciones sobre el impacto de la vida ultramarina, buscando a pesar de elllo, razones para salir al exterior y entrar a un supermarket a comprar nuevas esponjas y desinfectantes, frutas, verduras, pasteles y vitaminas. Me sigo movilizando como un androide programado para desplazarse como un niño explorador.
Estoy extrañando de una manera inquietante la vida de la ciudad.

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