3.31.2013

Sería como una pradera que la lluvia mojó

Sí, fíjate, le diría a Yolanda.  Desde chiquita tuve a la ironía guardada como si fuera un juguete dentro de una caja sellada. Me reía del profesor de matemáticas que era un acosador muy sutil, uno de esos que se vuelven locos por las púberes.  Me reía de mí y arruinaba ese humor con el ritmo del colegio, la casa, las malas canciones que se escuchaban en el bus. Antes en los buses, oías música a todas horas y el volúmen alto tapaba tus pensamientos, le daba ko al walkman. Lo peor eran las bombas y el pavor de todos, incluído el de una que se parapetaba en los comics, la bendición distribuida en viñetas, el otro ritmo.

Le contaría a Yolanda que ese espíritu que ella veía en mí, es una fluctuación, como los espacios de una pradera que a veces se llena de charcos donde las plantas traslucen  hongos en ese vaivén turbio. Con los debidos cuidados, desaparecen y cuando la lluvia llega apenas hay rastros de hongos, Yolanda. 

Te justificas. Me parece que eso dices. ¿Qué te replico?. Cuando veías ese espíritu, veías una parte de mí. He pensado en la pureza y en la ingenuidad. No creo que la ingenuidad salveguarde la pureza ni creo que la pureza sea la rutina de todo lo limpio, lo bonito y fragante.  Aquí, debería ser capaz de expresarte algo parecido a una canción, sin letras, un tema que te recuerde qué son estas energías, estas vibraciones, aquello que nos hace distintos y cercanos aunque parezca lo contrario.

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