1.10.2013

El último momento


11 de enero de 2012. Fue un cumpleaños en el que su cabeza canosa parecía la de un león algo cansado. Su último cumpleaños. Lo recuerdo probando los cockteles especialmente preparados para él, su risa, su manera de hablar de la gente, sus mejillas un poco hundidas, la resonancia de su ronca voz. 

Hacia el final del año tuvo su cuarto infarto. Y no lo resistió. Me contó una de sus entrañables amigas, que le acompañó a la sala de operaciones, que dijo no estar arrepentido de nada. Añoraba a F, la muchacha que lo marcó  en un roadside salvaje, lo que identificaba a Julio, lo que le daba un misticismo a la hora final. La vieja esperanza de encontrarse con la mujer más turbulenta de su historia. De su historia con días de choque político, de historietas dibujadas por él,  de la lejanía de su única hija a quien le puso el nombre Paloma. Porque las palomas son poderosas, dijo una vez.

Me acuerdo que extrañaba a sus hijos, me acuerdo de nuestras discrepancias, de lo que no pude decirle. Eso que se queda rezagado y luego te lo sacudes y no se va. Todas esas palabras perdidas, los desencuentros, las preguntas. Todo eso que podía caber en las canciones, con el viejo Bowie, y la garra de Amy Winehouse en sus playlists, como su vida, como los hijos que le querían muchísimo y le quieren  y se asombran de reconocer al padre en los amigos, en los dibujos que dejó, en toda una historia potente, una vida en muchas vidas. Muchos le buscaban si no le veían semanas. Julio era el conversador de conversadores, el violento, el afable, el cercano, el mentor, el viajero, el polemista, el inconforme, el rebelde,  el político, el artista.

Me pregunto ¿ cómo sería el último momento de su vida?. ¿Cómo son los últimos momentos?. No puedo imaginar a Julio, ansiando un nirvana,  un lugar lleno de  silencio y serenidad. ¿Por qué pensar en su último momento? Fue suyo. Solamente suyo. Su humanidad era la nuestra, la de las carreteras con desempleados marchando por las calles en paros nacionales, cuando habían paros, la de irse a mirar el mar en las tardes de
verano, porque el mar es la paz, decía Y después de la paz, se continuaba viviendo. Sin seguro de salvación, día tras día como esos titanes de las epopeyas que no mueren nunca después de haber muerto.
Un titán llamado Julio Polar.


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