10.14.2012

Versión de zapatos amarillos



Tiré mis zapatos amarillos  una de esas mañanas raramente claras. Fue un happening sin público. El cielo era el telón de fondo, mientras que a lo lejos se escuchaban los claxons de las ambulancias. Día de incendios, de
tráfago en el centro de la ciudad con avisos de emergencia. Pepe, el vendedor de periódicos, cerraba su kiosko, los chibolos jugaban fútbol en medio del nerviosismo. Ahora no tendremos clases, decían y se les veía felices con el fantasma largo del humo en la periferia. Sólo cuando apareció una mujer con la pierna despedazada, lanzada desde una camioneta plateada con placa falsa, nadie quiso salir a la calle.

Al día siguiente, todo parecía distinto, como si hubiera estallado la tercera guerra mundial  y Rosina, la niña que vivía al frente de mi casa vino hacia mí corriendo y me dijo: los zapatos que botaste están entre unos cables y se ven muy bonitos. La miré  intentando replicar, no dije nada y me fui a buscar algún resto de comida  en el refrigerador.


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