Se estira como una contorsionista y dice: Soy la muchacha germinal sin casa.
Una mujer muy vieja la mira y replica: no tiene casa el que no la busca.
La muchacha espanta los mosquitos que vienen de una enredadera de flores y piensa: a veces creo que en este parque a los desgraciados les gusta mi sangre. Se pone la casaca aunque el calor derrite las frunas que tiene en la mano. Ni que estuviéramos en el desierto de Sahara, murmura.
- Estoy monologando. Soy actriz. Le habla a la mujer que arruga graciosamente la cara.
- Ah, yo era la más linda de las actrices de la escuela de Teatro, esa que está en una casona que parece de chocolate.
- Le creo, la miro fijamente y veo sus facciones de una diva del ayer. Mire, usted me comenta en qué parte me falta naturalidad, sin tratarme mal, claro, y yo la invito a comer la mejor empanada de la ciudad.
- ¡Hecho!. Lo que no tomas en cuenta, muchacha germinal, es que hay una pila de policías por todas partes, que me ponen nerviosa, aunque si uno me dice que no fume o se atreve a decirme que el cigarrillo intoxica a los pájaros, le mando un puñete.
- A estas horas Pedro, el que hace las empanadas me dejará ensayar allí. Vamos. ¿Cómo se llama, eh?
- Me llamo Silvia Pinal Garbo.
- Oh. (De todos modos le doy la empanada y luego le digo adiós o no sé, no sé, demonios) pensó la chica.
- Déjame contarte cuando actué en Viridiana. Yo era muy joven y me parecía a la Virgen María, o eso es lo que me decía el pícaro Buñuel. Oye, germinal, ¿ me escuchas?.
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