9.09.2012

Atala y Procol Harum

En un primerizo blog escribí una vez sobre Lima y en los comments decían que vendrían a ella porque si no se quedarían con la sensación de perderse una ciudad única. No intenté pintar a Lima como un cenáculo maravillloso. Lo que sucede es lo que nos atraviesa a los que pertenecemos a una ciudad como hijos. Esa es una experiencia que ninguna estadia en otro lugar te la quita. Mucho de ese influjo marcaba a ese post. Mientras recordaba eso Procol Harum cantaba esa vieja rola que  muestra a un alucinado pintando sobre telas gigantescas aplacando su deseo por la discipula que descansaba  al costado de su ático en Historias de Nueva York. Y miro los tomates brillantes que están en el lavatorio. Los tengo que llevar a la refri, además lavar el cuchillo y los platos para jugar a ser un cheff como Atala en la selva, sacando las escamas de un gran pescado. Todo eso antes de que se convirtiera en el dueño de uno de los restaurantes más caros del mundo en Brasil, donde  hay casitas de cartón llamadas favelas, lujo y miles de chicos que quieren ser famosos como Atala y nadar en  guita como él. Como si nada.

Atala era punk. Lo cuenta en una entrevista que leí en Etiqueta Negra, la revista. No puedo imaginar a un tipo como él,  cayendo plácidamente en el confort. (Co-mo si na-da). Un punk no se vuelve un magnate porque sí. El caso paradigmático de Atala hace que una se pregunte que está gestando.
 Lo único que sé es que el escepticismo no es una croqueta de absolutos. ¿Qué gesta Atala?.  Tampoco lo he colocado  en los cielos de esos héroes perdidos en el cotidiano.  De lo que se trata es de las laberínticas asociaciones que las canciones nos traen. Cuestiones no traducibles, no explicables. Eso me sucede con ese titán de la cocina. Veremos qué ocurre, si acaso esta subjetividad se va como se van las lecturas, los sonidos, el tiempo. Ustedes saben que hay algo poderoso que permanece cuando nos hemos curtido. Lo mejor es curtirse, ¿no?.

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