9.15.2012

¿Dónde está mi lata de frejoles con tocino?

No espero nada de los ángeles, dijo. 
No espero la lotería del supermarket, ni los boletos para Tahití, a buscar las tumbas de los misioneros tatuados. Solamente espero encontrar mi lata de frejoles con tocino.

Ese sí que era un viejo que te identificaba de un tirón. Mucho instinto, nada de guita, aventuras a raudales. Tenía unos cuantos granos en las mejillas, si le mirabas el perfil aguileño se parecía un toque a Marlon Brando en decadencia. Podía ser indio o gringo según las caídas de luz sobre su cara. Claro, era un tipo sui géneris en este barrio de gente con olor a lavanda y colonias caras. Un día te contaré más quién era aquel viejo que un día manejó un avión de guerra en Kansas; allí mismo donde la niña del cine se perdió en sus cándidos sueños. Ese viejo no tenía nada de tierno y a la vez era un fantasma simpático que se moría un poco en el verano del 2011. No espero nada de las noches, ahora, me dijo una vez.

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