9.02.2012

El punch de la ciudad

La gente perfila el punch de la ciudad. Desde la decandencia, el desarraigo que es esa especie de exilio de los que buscan qué hacer dónde no no se le da el derecho de hacer.  O desde la vitalidad de esas rachas juveniles que imaginan proyectos,  empresas ambiciosas, días de desilusión que caen en jornadas accidentadas, cortes de vida, cambios violentos, el gris de la ciudad, de determinada ciudad que es Lima, de su escandalosa ascensión urbana. Lujo y pauperización: el choque.

Moteles oscuros, sindicalismo disperso, periodismo ambiguo, prensa de círculos, psiquiátricos con reservaciones.  El punch de la ciudad va y viene entre la gente. Uno es gente, uno es un número de un carnet de identidad, uno es más o menos el punch de la ciudad que se levanta, que se interroga en algún instante, de cara a la ciudad, de cara a sí mismo, con las manos frías, con una taza de café humeante, a solas o en medio de otros, de la gente, de aquellos que también no saben qué vendrá mañana.  Un piquete humano llena las paradas, otro día más entre la gente. El punch que no es una cosa, se siente.


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